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“En aquel equipo había una gran comunión entre todos nosotros. Éramos felices dentro de la cancha, porque no hacíamos fútbol, sino que jugábamos a la pelota, que parece lo mismo y es distinto. La consagración en el Metropolitano ‘73 fue lo más lindo que nos pudo haber pasado a los que éramos del club desde las Divisiones Inferiores, porque Huracán siempre es sinónimo de pelearla y de tener que luchar. El título cambió el panorama. Ese logro es cada vez más reconocido, porque cada vez que se habla de la historia del fútbol argentino, ese equipo está reconocido como uno de los mejores”. Miguel Ángel Brindisi fue uno de los integrantes más destacados del inolvidable Huracán de ese año y sus palabras, en la evocación, reflejan emoción y agradecimiento, haciía una verdadera hazaña que, llena de buen juego, está cumpliendo 50 años. César Luis Menotti fue su entrenador, que tuvo una idea clara, que sus futbolistas captaron y desarrollaron a la perfección. Un estilo de pelota al piso, bien tratada, con una desbordante voracidad ofensiva, a partir de unos intérpretes de lujo.
La consagración fue el domingo 16 de septiembre de 1973, pero la historia había comenzado más de dos años antes, a fines de abril de 1971, cuando el presidente de Huracán tuvo que salir a buscar un técnico y se decidió por ese muchacho rosarino, alto, flaco, sin experiencia, pero con un credo futbolero muy claro. Menotti firmó el contrato e inmediatamente ocupó el lugar que hasta unas horas antes había sido de Osvaldo Zubeldía, en su primer trabajo luego de la gloria impactante de los títulos con Estudiantes, que tuvo como ayudante de campo a Carlos Salvador Bilardo. Increíbles paradojas del maravilloso mundo del fútbol.
“Lo que debo hacer es levantar la moral del plantel, que parece bastante decaída, pero en Huracán hay jugadores para intentar una buena campaña”. Esas fueron las declaraciones de Menotti, luego de su debut, el 2 de mayo de 1971, en una caída 3-0 con Boca en la Bombonera. Sabía que tenía un interesante material y comenzó a trabajar, dándole continuidad a un tridente que sería decisivo en el futuro: Brindisi – Avallay – Babington. El ‘71 fue irregular y el arranque del ‘72 no fue mejor. Con 9 fechas disputadas, el Globo estaba a 4 puntos del último con solo dos victorias y nadie podía asegurar la estabilidad de Menotti. Allí se produjo una situación muy especial que cuenta Brindisi: “Estábamos concentrados porque a la noche teníamos que jugar contra Gimnasia en La Plata, donde Huracán llevaba más de 30 años sin poder ganar. Eran los tiempos del auge del Prode y las agencias cerraban las apuestas a las 12 del mediodía. Nos subimos al Torino de Fatiga Russo y salimos rápido desde el estadio porque se nos hacía la hora, junto al Inglés Babington y Pancho Lavoratto. El resto del plantel nos habían dicho que los dobles y los triples lo decidiéramos nosotros. Estacionamos en la puerta de la agencia y empezó la discusión sobre este tema, sin ponernos de acuerdo. De pronto, la policía rodeó el auto, porque no nos dimos cuenta que estábamos enfrente de la sucursal Parque Patricios del Banco Nación y era una época brava, con la escalada de la guerrilla. Se armó un lío tremendo y se los llevaron detenidos a Babington y Lavoratto. El hecho no tardó en llegar a los oídos de Luis Seijo, el presidente del club, que tenía su negocio cerca de esa zona. Se apersonó en la concentración con la idea de echarlo a Menotti, porque se la habían ido unos jugadores y ahora estaban demorados (risas). Con otros muchachos fuimos a hablar con el presidente, que estaba muy enojado y no entendía razones. Llegamos a decirle: “Bueno, Don Luis, de última lo echa el lunes” (risas). No tomó ninguna decisión. Con los muchachos liberados, fuimos a La Plata y a los 2 minutos ya perdíamos 1-0, repitiéndose la historia de siempre. Pero la cosa fue distinta: terminamos ganando 3-1, el Flaco se quedó y empezó a armarse el gran equipo que sería campeón un año más tarde”.
Para esa temporada ‘72 llegó un futbolista que tenía el antecedente de haber surgido en las Inferiores de Boca Juniors, destacándose en la primera y luego en Argentinos Juniors. Era Omar Larrosa, que así recordó su arribo a Parque Patricios: “Estaba por firmar en Gimnasia. Recuerdo que un jueves me quedé como hasta la medianoche limando detalles del contrato, hasta que el presidente me dijo que como se había hecho muy tarde, me proponía seguir y terminar todo el sábado por la mañana. Ese día salí desde Pompeya hacia allá y a la altura de City Bell, el Fiat 600 nuevo que me había prestado mi cuñado, el Chapa Suñé, se quedó y nunca más arrancó. Como a la hora y media encontré un teléfono para avisarle al presidente de Gimnasia lo que me había sucedido y me respondió que me quedara tranquilo y me esperaba el lunes a las 17. Ese día, leyendo el diario mientras desayunaba, vi que Huracán comenzaba los entrenamientos con Menotti. Y me fui para allá a saludarlo, porque nos conocíamos de Boca. Recuerdo que llegó manejando un Torino de color beige y al verme me preguntó si ya estaba de vuelta en el país, porque en el ‘71 estuve en Guatemala, y de quién era el pase. Cuando le respondí que era mío, me dijo que firmara en Huracán, que se estaba armando un lindo equipo. Y agregó: “¿Te vas a ir todos los días tres horas de ida y tres de vuelta a La Plata?”. Y tenía razón. Me fui de inmediato a la sastrería de Seijo, que era el presidente del club. Me dio en la mano lo mismo que me ofrecía Gimnasia y de vuelta en la sede firmé el contrato”.
Carlos Babington había debutado en Primera División en 1969 con la única camiseta que vistió en nuestro país, la misma por la que alentaba desde las tribunas. Fue el número 10 ideal en ese cuadro inolvidable, un globo lleno de fútbol, que se inflaba con toque y goles: “Estamos llegando a los 50 años de aquel equipo y es un tremendo orgullo para nosotros cómo se lo recuerda. En un contexto en el que Boca y River siempre estuvieron un par de escalones arriba de todos, que ese cuadro esté ubicado entre los mejores de todos los tiempos, es una satisfacción enorme. Pero hicimos mérito para eso, porque atacábamos en cualquier cancha a partir de lo que nos inculcaba Menotti, que se encontró con un plantel de grandes jugadores. Fue uno de los equipos que más se acercó al gusto del hincha argentino”.
El Metropolitano del ‘72 mostró algunas pinceladas de lo que sería Huracán un año más tarde: “El equipo -evoca Brindisi- después de muchos años de una gran irregularidad, alcanzó un buen rendimiento. Hicimos una gran campaña y le arrebatamos el tercer puesto a River, en un recordado partido que le ganamos 2-1 en el Monumental en la última fecha”. Miguel fue el goleador del torneo con 21 tantos, demostrando que sus excepcionales dotes, excedían con creces ese número 8 que lucía en la espalda. La pretemporada en el verano del ‘73 fue óptima desde lo físico y futbolístico, pero contó con una sorpresa, que iba a ayudar a cambiar la historia, como cuenta Larrosa: “Estábamos en Mar del Plata y nos avisaron que iba a llegar un tal Houseman, al que nadie conocía. Esperábamos que arribase un alemán grandote por ese apellido (risas). De golpe vimos que venía un flaquito desgarbado con un bolsito verde, que parecía cualquier cosa menos un jugador. A la tarde hicimos la práctica y nos volvió locos a todos. Era un distinto”.
El Metropolitano 1973 dio comienzo el domingo 4 de marzo, en medio de una sociedad convulsionada, ya que una semana más tarde iba a poder elegir presidente luego de una década de sucesiones de las distintas dictaduras. “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, vociferaban por las calles, pero los que más gritaron fueron los hinchas del Globo, que en el debut anticiparon lo que iban a demostrar, goleando por 6-1 a Argentinos en Parque Patricios. Como detalle, el único gol de los Bichitos, fue señalado por José Néstor Pekerman.
Pudo haberse tratado de un espejismo, una actuación suelta, o bien, una tormenta (de goles) de verano. Pero Huracán reafirmó su estilo en las siguientes presentaciones: Newell´s 2-0, Atlanta 5-2, Colón 3-1, Racing 5-0 y Velez 1-0. La racha de seis triunfos al hilo se cortó al igualar en 3 tantos con Estudiantes, en uno de los pocos partidos que enfrentó como entrenadores a César Luis Menotti y Carlos Salvador Bilardo. El invicto se detuvo dos semanas más tarde, al caer ante River en el Monumental por 1-0, en una recordada tarde en la que José Perico Pérez le atajó dos penales a Brindisi. En la 11° fecha, tuvo una actuación deslumbrante, como la evocó el propio Miguel: “Una de las medallas más grandes que nos colgamos fue cuando toda la cancha de Rosario Central nos despidió con aplausos tras ganarle por 5-0. Había antagonismo entre ambos equipos por la propuesta de juego y eso enalteció más ese reconocimiento”.
El domingo 24 de junio terminó la primera rueda. Los argentinos estaban aún en shock, ya que cuatro días antes había sido el regreso de Perón al país, con el enfrentamiento armado conocido como La Masacre de Ezeiza, que dejó a Cámpora con las horas contadas en el poder. Huracán cerró la ronda inicial con números impactantes: 11 triunfos en 16 partidos, 46 goles a favor, con una media de casi tres tantos por cotejo. Mantuvo el paso arrollador en las revanchas, ganando cuatro encuentros al hilo, aumentado la distancia con los perseguidores, pero en agosto se encendió una luz amarilla, como recordó Brindisi: “El técnico de la selección, Enrique Omar Sívori, no nos dejaba jugar en el torneo local a los que estábamos convocados para actuar en las Eliminatorias. Por ese motivo, fueron otros muchachos los que disputaron las fechas finales hasta dar la vuelta olímpica, mientras nosotros la sufríamos de afuera”. El Globo perdió a él, Babington y Avallay, quien merece una mención especial, no solo por su permanente romance con la red, sino por el reconocimiento que alguna vez le dio un hincha de Huracán genial e inimitable como Horacio Ferrer: “Daría todos mis versos a cambio de poder meter un gol como los que hacía el Roque Avallay”.
Hasta que llegó el domingo 16 de septiembre. Con tres fechas por delante, Huracán recibía a Gimnasia, mientras que Boca, seis puntos por debajo, era visitante de Velez. Ese mismo día, aunque ahora parezca increíble, Argentina visitó a Paraguay por las Eliminatorias, con los tres cracks del Globo vestidos de celeste y blanco y con el corazón en Patricios. Fue la derrota más dulce que se recuerde en el barrio, porque ese 1-2, también lo sufrió Boca en Liniers y la alegría desbordó tantos años de espera. Hubo vuelta olímpica y festejos alocados, que hasta hicieron perder la línea, por un momento, al siempre atildado Menotti, que fue llevado en andas por los hinchas.
Exactamente una semana después, Juan Domingo Perón fue electo presidente por tercera vez, completando el póker que tuvo Argentina ese año de primeros mandatarios. Un mes más tarde, salió Artaud, la obra cumbre de Luis Alberto Spinetta, aunque por cuestiones de contrato, se editó bajo el nombre de Pescado Rabioso y en noviembre, Guillermo Vilas ganó su primer torneo oficial, para dar una pequeña dimensión de lo que fue ese 1973, en todos los estamentos, por este lado del mundo.
René Houseman fue un personaje muy especial fuera de la cancha y decisivo dentro, como lo recuerdan sus compañeros. Omar Larrosa: “Con su llegada se armó una banda maravillosa. Fuimos campeones dando espectáculo y en mi caso particular, tuve un nivel alto, al punto de haber sido el goleador del equipo con 15 tantos. En una ráfaga de ataque podíamos hacer dos o tres goles seguidos. Yo usaba el 11, pero nunca fui un puntero pegado a la raya, por lo que bajaba a la línea de los volantes y jugaba delante de Russo, con Brindisi y Babington a los costados, formando un rombo y de punta Avallay y el Loco”. Carlos Babington: “Con el Loco se dio una conjunción natural desde el primer momento. Yo bajaba la cabeza y él estaba exactamente en el lugar donde iba la pelota. Son esas afinidades que se producen en el fútbol de forma natural, lo mismo que con Brindisi. Houseman era un intuitivo increíble. En mi opinión fue mejor que Maradona, pero siempre esto es polémico, porque es casi imposible comparar a un tipo que jugó dos años en forma excelente contra otro que lo hizo dieciséis. Era un futbolista sin defectos, que te podía aparecer por izquierda, por derecha, cabeceaba, hacía goles y era tremendamente guapo. Incluso tenía la sagacidad de hacerse los penales él mismo, enganchándose una pierna con la otra”.
Héctor Roganti; Nelson Chabay, Daniel Buglione, Alfio Basile, Jorge Carrascosa; Miguel Brindisi, Francisco Russo, Carlos Babington; René Houseman, Roque Avallay, Omar Larrosa. La formación salía (y lo sigue haciendo 50 años más tarde) de memoria, incluso para aquellos que no son de Huracán. Una muestra más de lo que fue ese equipo. Miguel Brindisi, símbolo quemero, sigue orgulloso: “Por lo que habíamos hecho dentro de la cancha, tendríamos que haber sido campeones mucho tiempo antes. Desplegamos un fútbol vistoso y nos retirábamos ovacionados de cualquier estadio, al punto que se detectó que gran cantidad de público que asistía a vernos, no era hincha de Huracán. Y eso no se da todos los días”.
A contramano de la modernidad, todavía por Patricios se pueden respirar otros aires. El casi olvidado de barrio, afincado en cada esquina, decorado con sus empedrados. Y aquel aroma a toque y fútbol espléndido que dejó la inolvidable banda del ‘73.