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El mundo multipolar que emergió con la guerra en Ucrania se vuelve a poner de manifiesto en Gaza

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Vladimir Putin y su par chino, Xi Jinping, durante la ceremonia de apertura del Forum internacional de la Ruta de la Seda en Beijing esta semana. (DPA/Kremlin)
Vladimir Putin y su par chino, Xi Jinping, durante la ceremonia de apertura del Forum internacional de la Ruta de la Seda en Beijing esta semana. (DPA/Kremlin)

Vladimir Putin pasea su andar tan particular por las exquisitas alfombras rojo lacre de Beijing y saluda a Xi Jinping como a un gran amigo. La escena sucede en el mismo momento en el que Joe Biden baja del avión en Tel Aviv para reunirse con el primer ministro Benjamin Netanyahu. Un planeta dividido en multipoderes que se reacomodan como si estuviéramos ante un nuevo Bing Bang.

Estos dos viajes contrastados muestran cómo se está redibujando el panorama político mundial tras la invasión de Ucrania por parte de Rusia, y cómo ese cambio se pone de manifiesto ante el ataque terrorista de Hamas a Israel y la invasión terrestre de Gaza que se espera desde que esto sucedió. Rusia, China e Irán ya habían formado un nuevo eje político en torno a la invasión rusa al territorio ucraniano que los llevó a una extraña unidad diplomática, militar, económica y, extrañamente, ideológica. Rusia tuvo que recurrir a Irán para que le provea de los drones y municiones que necesita para su guerra en el corazón de Europa. Irán hace un gran negocio y contribuye a desbaratar el orden europeo y el liderazgo de Estados Unidos. China se beneficia enormemente importando un petróleo barato de los pozos rusos e iraníes que no pueden vender en otro lado por las sanciones occidentales. La perfecta fórmula del “win-win situation”. Todos ganan.

Y a pesar de sus diferencias ideológicas, encuentran una causa en común de desafiar y enfrentar el poderío hegemónico estadounidense. Quieren romper con el orden global surgido después de la Segunda Guerra Mundial y el estatus quo que emergió del fin de la Unión Soviética. Quieren un nuevo mundo donde el ahora denominado “Sur Global” predomine por sobre el “viejo orden”. Y para conseguir este propósito están dispuestos a colocarse en posiciones impensadas hasta hace apenas unos meses como la que ahora consiguieron amalgamar en su apoyo a los palestinos y al acto terrorista de Hamas dentro del territorio de Israel que dejó 1.400 israelíes muertos, junto a la represalia que ya mató a 4.000 gazatíes.

El presidente estadounidense, Joe Biden, junto al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en su visita a Israel de esta semana. (REUTERS/Evelyn Hockstein)
El presidente estadounidense, Joe Biden, junto al primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, en su visita a Israel de esta semana. (REUTERS/Evelyn Hockstein)

“Se trata de otro conflicto que impulsa la polarización entre las democracias occidentales y el bando autoritario de Rusia, China e Irán. Los dos ejes se vuelven a enfrentar”, explicó el analista Ulrich Speck del Carnegie Endowment en el New York Times. “Es otro momento de clarificación geopolítica, como ocurrió con la invasión a Ucrania, en el que los países tienen que posicionarse”.

Por su parte, Estados Unidos quedó descolocado como un mediador fiable del conflicto en Oriente Medio cuando se produjo el ataque al Hospital Bautista Al-Ahli de Gaza en el momento en que abordaba el avión en Washington que lo llevaba hasta Israel y cuando tenía previsto entrevistarse con el rey Abdullah II de Jordania, el presidente egipcio Abdel Fattah el-Sisi y el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas. Sólo pudo reunirse con Netanyahu, la parte árabe se negó a ver a Biden que asumió como propia la versión israelí de que la bomba que terminó con la vida de 400 o más personas en el hospital había sido lanzada por la Jihad Islámica, otra de las facciones extremistas de Gaza. Los países árabes insisten en que fue obra de los israelíes. No hay una conclusión unánime sobre lo ocurrido. La grieta expuesta en esta confrontación diplomática también impide acercarse a la verdad.

Estados Unidos es un aliado incondicional de Israel y esta vez también apoya su plan de vengar la matanza ocurrida dentro del propio territorio israelí, en lo que fue el fracaso más grande de los servicios de inteligencia de ese país desde la guerra de Yom Kippur de 1973. Estacionó a su flota del Mediterráneo frente a las costas de Tel Aviv y con esa presencia espera persuadir a Irán y su protegido, el Hezbollah libanés, de abrir otro frente en el norte israelí. Pero el llamado desde Washington para que se cree un corredor humanitario para los gazatíes que quieran abandonar Gaza por la frontera egipcia tuvo muy poco eco. Apenas si van a dejar entrar algunos camiones con agua y alimentos. El desplazamiento de más de un millón de personas en los 40 kilómetros de largo por entre 6 y 12 de ancho de la Franja amenaza con una catástrofe humanitaria de enormes proporciones.

La escala de la tragedia humanitaria es enorme. Aquí, los cuerpos de siete niños de la familia Al-Bakri que murieron durante un bombardeo israelí en Khan Younis, al sur de la Franja de Gaza.  (REUTERS/Ahmed Zakot)
La escala de la tragedia humanitaria es enorme. Aquí, los cuerpos de siete niños de la familia Al-Bakri que murieron durante un bombardeo israelí en Khan Younis, al sur de la Franja de Gaza. (REUTERS/Ahmed Zakot)

El fracaso del encuentro de Biden con los referentes regionales árabes pone de manifiesto la endeblez del poder estadounidense en la región. Rusia ya lo disputa desde hace más de una década cuando se involucró directamente en la guerra civil de Siria y se colocó como el poder detrás del régimen de Bashar al Assad con unidades del ejército ruso y de los mercenarios de Wagner, íntimamente ligados al Kremlin, desplegadas en territorio sirio, así como una ampliación de la base naval estratégica que ya tenía en Tartús. También tiene una importante presencia en Libia, apoyando desde 2015 al controvertido mariscal Jalifa Hafter, “señor de la guerra” de este país africano y líder de las milicias del Este, enfrentadas al gobierno de Tripoli.

Irán busca desde siempre dominar la escena de la región y enfrentar a Israel. Para esto creó, financia y arma al Hezbollah de El Líbano que ya enfrentó exitosamente al ejército israelí en los últimos años. Y, por supuesto, también lo hace con Hamas, que controla la Franja de Gaza desde hace 16 años y con la más pequeña Jihad Islámica que también actúa en ese territorio. Ninguno de esos grupos podría funcionar sin el apoyo económico iraní o sin las armas que el régimen de los ayatollahs les provee.

El ataque de Hamas se produjo en momentos en que Arabia Saudita estaba por firmar un acuerdo de paz con Israel con el auspicio de Estados Unidos que daría a cambio protección militar a los sauditas. El pacto iba a sumarse a los ya firmados con otros países de la región como los Emiratos Árabes y Marruecos. La gran novedad del pacto era que dejaba afuera a los palestinos. Los sauditas estaban dispuestos a firmar sin que antes Israel haga concesiones a sus vecinos ni se comprometa a aceptar la concreción de los dos estados paralelos. La terrible matanza de Hamas ahora hace imposible que el gobierno de Ryad pueda seguir con las negociaciones que ya estaban llegando a su fin. Sin dudas, Irán estuvo detrás de la planificación del ataque. Es el gran enemigo de los sauditas, unos representan a la escuela islamista de los shiítas y los otros a las de los sunitas que dividen a los musulmanes desde la muerte de Mahoma.

El presidente egipcio Abdel-Fatá el-Sisi (d) con el presidente palestino Mahmud Abás (cent) y el rey Abdalá de Jordania en la reunión de la Liga Árabe. Los tres se negaron a encontrarse con Biden tras el ataque a un hospital en Gaza. (AP Foto/Amr Nabil)
El presidente egipcio Abdel-Fatá el-Sisi (d) con el presidente palestino Mahmud Abás (cent) y el rey Abdalá de Jordania en la reunión de la Liga Árabe. Los tres se negaron a encontrarse con Biden tras el ataque a un hospital en Gaza. (AP Foto/Amr Nabil)

Rusia y China se niegan a condenar a Hamas. En cambio, critican el trato de Israel hacia los palestinos, particularmente su decisión de cortar el suministro de agua y electricidad a Gaza y el gran número de civiles muertos allí. Piden una mediación internacional a través de una resolución de las Naciones Unidas y un alto el fuego antes de que Israel comience su invasión terrestre. El canciller ruso, Sergey Lavrov, calificó la explosión en el hospital de Gaza de “crimen” y “acto de deshumanización”, y dijo que Israel tendría que proporcionar imágenes por satélite para demostrar que no estaba detrás del ataque. Y su par chino, Wang Yi, dijo que las acciones de Israel “ya fueron más allá de la autodefensa y se convirtieron en un castigo colectivo” para los palestinos de Gaza.

Para Putin, el ataque de Hamas supone una oportunidad para regodearse de su liderazgo, culpando a Washington del conflicto. “Creo que mucha gente estará de acuerdo conmigo en que éste es un vivo ejemplo del fracaso de la política de Estados Unidos en Oriente Próximo”, que ignora, dijo, los intereses palestinos. Por ahora es solo eso, retórica. No pareciera que Rusia podría intervenir directamente en el conflicto. Apenas puede sostener la invasión a Ucrania. Pero puede hacer ruido en el Consejo de Seguridad de la ONU y hasta apoyar dentro del territorio sirio a algunos de los grupos que aún operan allí y que podrían estar tentados en atacar a Israel si el conflicto de Gaza se extiende en el tiempo.

Esa es la misma posición que puede tomar China. No va a intervenir de ninguna manera en forma directa, pero puede mover piezas a nivel diplomático y financiero. Desde Beijing salió la mayor presión para integrar a Irán a los BRICS, el club de potencias en ascenso. Va a seguir apoyando con todo lo que pueda a los persas. También, podría aprovechar el momento de “distracción” de Occidente en Gaza y Ucrania para avanzar en su proyecto de recuperar Taiwán o, simplemente, para expandir su conquista con islas artificiales del Mar del Sur de la China.

Todos mueven sus piezas en un tablero cada vez más grande y complejo.


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