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En ‘Los reyes del mundo’ y otras películas de estreno, el cine colombiano pone su cámara en jóvenes sensibles – Revista Semana

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Desde antes, pero especialmente desde la irrupción de Víctor Gaviria en el panorama del cine colombiano, muchos directores locales han hecho de la juventud desposeída uno de sus focos e intereses, pero no se debe pensar que la mirada se ha mantenido igual. Si algo prueba el trascendental premio a mejor película que recibió en San Sebastián Los reyes del mundo (LRDM), de Laura Mora, es que los momentos históricos y las sensibilidades distintas derivan en arte diferente, así se fijen en “lo mismo”.
Se hace más cine que nunca en Colombia, pero no por eso es más fácil llevar a la pantalla apuestas tan jugadas. Este largometraje se prueba ambicioso en la complejidad de temas que toca y en la intimidad poética que alcanza. Mora se para en los hombros del pasado para reconfigurarlo desde su prisma de mujer y su propio lenguaje cinematográfico.
Más allá de ganar la Concha de Oro en el festival español y de los premios y aplausos que cosecha (triunfó también en Biarritz), LRDM mira de frente a los ojos de sus jóvenes y los acompaña en un periplo épico en escala pero cercano a la humanidad, la calidez y las aspiraciones de sus protagonistas, a eso que los impulsa y los trunca en el intento de romper el ciclo en el que crecen.
Porque estos protagonistas llevan sobre los hombros un marco complejo y real de desigualdad, pero en su amistad, que expresan con naturalidad, y en un giro del destino, por cuenta de un fallo de la Unidad de Restitución de Tierras, encuentran lugar para la esperanza. Aquí el escudo de la masculinidad agresiva que marca a este país por automatismo parece dar pie a algo más.
El marco de la historia es Colombia, en sus hermosas y brutales maneras, en sus paisajes urbanos y rurales, en sus neblinas, humaredas y ríos; también en sus fallos a favor y burocracias en contra. Y eso influye en lo que navegan estos muchachos en este relato de trayectos imposibles que se andan en bicicleta, a lomo de tractomula, en lancha, a pie o huyendo. Sin importar el desenlace, estos jóvenes se rehúsan a definirse por lo que se supone que son. Se atreven a buscar el otro camino, y esto también implica plantarse y reclamar lo suyo.
Con su segunda película, después de la notable Matar a Jesús (2017), la antioqueña rompió en San Sebastián dos techos: fue la primera mujer colombiana en estrenar un largometraje en un festival Clase A (con Cannes, Venecia, Berlín, Locarno, donde estrenaron Víctor Gaviria, Sergio Cabrera, Ciro Guerra y Spiros Stathoulopoulos) y consiguió el reconocimiento más alto del cine colombiano en dichos eventos. La prensa internacional apoyó el premio, la prensa local aplaudió y entendió la dimensión del filme, y el público local se hará su propia idea desde el 13 de octubre, fecha de su estreno.
Sobre cómo esperan impactar a ese público, que conoce las problemáticas y suscitará las conversaciones profundas, la productora Mirlanda Torres le dijo a esta revista: “Nos es interesante abrirle a la gente una discusión sobre los temas que trata la película: la problemática de la juventud, de las tierras, del abandono social, la mirada y el desprecio que sienten ciertos chicos, los conflictos y los grupos armados en ciertas zonas”.
Crucial para dar luz al proyecto, junto con la icónica Cristina Gallego (directora de Pájaros de verano, productora de El abrazo de la serpiente) y Mora en la dirección, Torres añade que quisieran “que desde una mirada no tan agresiva, que entra sutil, la película lleve a su público a reflexionar. Porque te enamoras de los personajes y piensas desde su perspectiva: ‘qué país tan duro en el que vivimos’”.
Un equipo de producción balanceado entre hombres y mujeres y preparado para el peor escenario posible, sobrellevó el embate de los elementos en Medellín, pero sobre todo en Santa Rosa de Osos, Yarumal, Ventanas, Puerto Valdivia, Caucasia y Nechí, donde capotearon derrumbes, al río Cauca, situaciones climáticas y geográficas complejas y, encima, una pandemia. Todo esto la hace una producción más admirable en su valiente apuesta.
Sobre por qué varias producciones actuales miran a los jóvenes, Mirlanda cree que “tiene que ver con el momento político y el movimiento de la juventud en ese momento político. Los chicos se empezaron a sentir activos en este cambio social. Muchas iniciativas, sociales y culturales, salen hoy de esos jóvenes, cansados de cierto silencio, y los estamos empezando a mirar, a escuchar. Y también entendemos cómo sin su intervención no habrá un cambio real”.
La película de Mora se lleva los titulares estos días, pero no está sola en el séptimo arte colombiano. Otras producciones que pronto se estrenan en el país miran a los jóvenes a los ojos, con su intensidad y humanidad, abordando lazos con figuras paternas dañinas, estableciendo la importancia de la adolescencia como periodo definitivo y explicativo de una personalidad. En común, estas producciones narran impulsadas por la fuerza tremenda de los jóvenes que retratan, pero las separan matices, lenguajes y temáticas.
Una clara muestra es Alis, el nuevo documental de Clare Weiskopf (Amazona) y Nicolás Van Hemelryck que se proyectó el viernes en el BIFF (y ha sido reconocida en la Berlinale, en Biarritz y en muchos más festivales). Por medio de sus protagonistas, que viven en un hogar para mujeres jóvenes, la producción mueve fibras profundas. Enfoca a su audiencia en la proyección que estas mujeres hacen de sus vidas y de las vidas que las rodean a través de un personaje imaginario, Alis. Bajo ese ejercicio, los documentalistas abren una ventana en la que se comparten sus luces y sus dolores profundos. Cada una, distinta, se define desde cómo mira, cómo narra, cómo calla lo que calla y expresa con palabras o con su rostro. Es emocionante, es desgarrador, es inspirador.
Al respecto, Van Hemelryck dijo a SEMANA: “No buscábamos hacer una película sobre la juventud pero llegamos por casualidad a ese lugar a darles un taller a esas chicas y quedamos fascinados. Y decidimos volver y seguir volviendo. Tienen mucho poder. En medio de una juventud tan apática, son impresionantes”. Sobre la mirada a la juventud actual, recalca que “es evidente que los jóvenes son los protagonistas de este momento. Llevamos mucho tiempo en el país sin pararle bolas a la juventud y tomando todas las decisiones desde otras esferas. Este es un llamado a que ahí están y son importantes”.
Por su parte, La jauría, de Andrés Ramírez Pulido, que se llevó el Gran Premio de la Semana de la Crítica en Cannes, mira también a un grupo de jóvenes recluidos en un sórdido espacio en el abrasador calor de la periferia ibaguereña. Han vivido un ciclo de violencias y de instituciones del que es posible salir pero también casi imposible. En su trama, la película, que llega el 20 de octubre a salas, cruza la exhumación de una víctima, las consecuencias de su muerte y el acto difícil de separarse de una figura paterna que se rechaza. Sobre la mirada a la juventud, Ramírez Pulido dijo: “Ha sido una de mis pulsiones filmar adolescentes, chicos, y la vida me puso en Ibagué para hacerlo. Intenté filmarles también, no como chicos o adolescentes marginales, sino desde un proceso de mirarlos de tú a tú, a los ojos, en la otredad, donde yo podría dialogar con mis propias inquietudes en la vida de ellos”.
Fabián Hernández, director de Un varón, que también se estrenó en Cannes y relata la formación de una identidad joven en un barrio popular de Bogotá, cuenta: “La adolescencia es definitiva en la vida. En mi caso, fue una etapa compleja, llena de ambigüedades, y por eso decidí retratarla. Celebro que ahora existan miradas diversas en torno a la juventud y los niños, porque nos permiten abordar los temas que tratan con ojo crítico”.
Y crítica es la mirada de Augusto Bernal. El académico y crítico del cine menciona cómo, en varias de las películas actuales, se reitera un concepto urbano visto en los años sesenta con José María Arzuaga y un tipo de juventud que marcó Carlos Mayolo en cintas como Carne de tu Carne o La mansión de Araucaima, sin dejar atrás las contestatarias películas de Óscar Campo. Bernal siente una inocencia de los cineastas que buscan en “cosas de violencia” una opción para destacarse y no para sentir.
De ese grupo, Bernal separa a Mora, pues cree que ser mujer le evita caer en lugares comunes y le atribuye una madurez cinematográfica que no ve en los otros: “En LRDM, la directora habla de personajes de las comunas, que es el Víctor Gavirismo, pero con un ingrediente social y político presente, la devolución de tierras. Y ahí la película adquiere más compromiso como cinematografía, como propuesta personal, más que ser una película bien hecha”.
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