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Rubén Darío García
Santa Cruz de Tenerife, 26 oct (EFE).- Cuando el ferry en el que te trasladas de Tenerife a El Hierro se detiene porque se ha cruzado con un cayuco a la deriva hay pasajeros que se emocionan y quieren ayudar, pero también quien mira con desdén a sus ocupantes y espeta en voz alta comentarios como “échalos al agua y sigamos”.
Martín Reyes vivió esa experiencia a principios de mes. Este maestro de Educación Infantil relata a EFE que el viaje que inició a las 18:00 horas del pasado día 11 con media hora de retraso desde el puerto de Los Cristianos, en el sur de Tenerife, para pasar unos días de vacaciones en El Hierro, le resultó “traumático”.
En compañía de Dianna Gómez, también maestra, subieron al ferry de Naviera Armas y alguien les comentó que en ese mismo barco acababan de arribar a Los Cristianos inmigrantes trasladados a Tenerife desde El Hierro, ya que en esa isla no hay capacidad para albergar a tantos como llegan, más de 5.000 en lo que iba de año, en aquel momento.
Martín y Dianna, para quien la experiencia fue “muy dura”, no vieron a los migrantes, pero les llamó la atención que la parte izquierda de proa olía mucho a lejía y estaba acotada con letreros con mensajes genéricos, alusivos a mejoras en el servicio.
Intentaron dormir para evitar el mareo en un viaje que dura unas dos horas y media. Al cabo de una hora, el barco redujo la velocidad y Martín abrió los ojos para ver que muchas personas miraban hacia el exterior.
La madre de una compañera de trabajo le dijo que debían ser cetáceos, algo que no es extraño en esa ruta, pero el ferry casi se detuvo, momento en el que otra viajera apuntó que debía de ser una patera.
Martín señala que las reacciones de quienes viajaban hacia El Hierro le llamaron mucho la atención, pues había quienes hacían fotos con sus teléfonos móviles, quienes lloraban al ver que a unos cien metros había un grupo de personas en un cayuco, dos de ellas de pie, una en proa y otra en popa.
El capitán del barco de Armas explicó por megafonía que el viaje no continuaba porque se estaba a la espera de la información de Salvamento Marítimo y, poco después, advirtió de que habría que esperar entre 45 y 50 minutos a la llegada del barco de rescate.
En esos momentos no sabes si el cayuco se ha parado porque tiene el motor averiado, porque se ha acabado el combustible o porque al encontrarse con un ferry sus ocupantes consideraban que habían llegado; tras las palabras del capitán hubo “reacciones horribles”, recuerda Dianna.
Martín se acercó a popa para ver mejor a los migrantes pero la noche lo impedía, aunque sí se observaban las luces de algunos teléfonos móviles y, en ese momento, alguien soltó: “Échalos al agua y continuemos”. Eran 102 personas, entre ellos 25 menores.
Por eso resultó traumático, explica Martín Reyes. “Hice mía su experiencia sin saber si estaban bien o mal”, confiesa este docente, que pensó en que esas personas habían salido de su país en un barco jugándose la vida y, seguramente, muchos sin saber nadar.
Insiste en que su realidad está muy lejos de la inmigración que afecta a las islas y subraya que se trata de personas que se juegan la vida y a las que a veces cobran hasta 3.000 euros para escapar, aunque señala que es posible que no tengan nada que perder en sus lugares de origen.
Dianna Gómez comenta que, a veces, se critica la llegada de migrantes porque son negros. Piensa, de hecho, que si el ferry se hubiera cruzado aquella tarde con un yate a la deriva con cuatro millonarios a bordo, no habría habido queja alguna.
Ha cuestionado que se dé importancia a cuestiones que no la tienen, como que los migrantes viajen con un teléfono móvil o que se hagan fotografías al llegar, y ha opinado que nadie vería un problema en esas mismas personas si fuesen blancas y rubias.
Además, prosigue, el tiempo de espera fue el que dura un capítulo de una serie, con lo que si abres la tablet y reproduces una, ya no te enteras de la demora.
Dianna reconoce que en algunos momentos se sintió conmocionada y no sabía que hacer, a la vez que pensaba en su familia materna ya que su abuelo viajó de La Palma a Venezuela, donde nació su madre, quien le ha contado lo que sufrió al instalarse de regreso en Canarias.
La situación le “superó” porque pensaba que se trataba de desinformación y desconocimiento del otro, señala Dianna, quien apunta que también tiene prejuicios, pero cree que lo primero debe ser pensar en ayudar “y no en llegar para pasar unos días de vacaciones”.
Insiste en que había quienes querían ayudar a unas personas de las que destacó su valentía, pues cree que hay que ser valiente para subirse a un cayuco tras reunir un dinero que no se tiene, para ir a un país en el que no sabes qué encontrarás y en el que no serás aceptado.
En el viaje de regreso se dieron cuenta de que la parte izquierda de proa estaba acotada para acomodar a los migrantes mayores de edad que eran trasladados a Tenerife y oyeron cómo alguien decía: “Ese negro ahí sentado y yo sin asiento”.
Y Martín Reyes y Dianna Gómez pensaron si nadie entre el pasaje del ferry también habría sido migrante. EFE
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