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La Vulcanizadora: narraciones desde el corazón de la tierra – El Espectador

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La capacidad de viajar al pasado a través de las imágenes, los relatos y los videos para conservar la historia no siempre recae en un repositorio archivístico formal como verdad absoluta de los acontecimientos de la trayectoria de un país, también se alimenta de los hechos aislados, de las voces y los testimonios, de los paisajes y recorridos que evidencian el paso del dolor, la violencia y el silencio colectivo. Si se retomara la prensa en fechas pasadas, aportarían a una capa superficial de miles de sucesos que cubren el país, que continuamente deben ser revisados. Las prácticas artísticas se convierten en los conductos para hacer visible lo nunca visto, una corriente alterna en busca de nuevos saberes que se alimentan a través del tiempo y en consonancia con la comunidad y la relación colectiva.
Este proceso no actúa como un acervo documental que acoge a unos pocos y que da cuenta de una apropiación de memoria como propiedad ajena y de poder. Al contrario, pretende enlazar y crear puentes, una conexión hacia un pasado propio desde Colombia, desde el Caribe y desde hábitos que conectan hacia un presente de resistencia, revolución y libertad. La Vulcanizadora es un proyecto liderado por los artistas María Rojas y Andrés Jurado, que busca ser un laboratorio que navega entre el cine, las artes visuales y el teatro experimental, reconociendo la noción del archivo, la tensión entre los recuerdos y la memoria, la memoria y el archivo, y cuestionando las historias ya contadas de manera oficial para darle otras alternativas.
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“La Vulcanizadora funciona colectivamente, pero también como un espacio común que colabora. Es un poco la imagen del taller de carros que cambia, que despincha, que hace que el camino que está siguiendo alguien continúe y en parte, el de nosotros mismos, como artistas y cineastas”, dice Andrés Jurado. Dentro de este taller de creación se quiebran paradigmas y narrativas establecidas, atravesando el cine documental, el cine experimental, el cine de ficción y los espacios expositivos.
En 2017 se propuso, junto a la curadora mexicana Amanda de la Garza y el artista de Trinidad y Tobago Christopher Cozier, un proyecto titulado “Siempre hemos estado aquí, ¿no?”, que reflexionó sobre las relaciones entre el Caribe y el continente a través de conversaciones y una muestra expositiva colectiva en el Centro de Bogotá. “Para nosotros el concepto de vulcanizadora fue importante para entender cuál era la idea de trabajo colectivo, querer hacer realidad ideas o proyectos no solo de nosotros, sino de otras personas que no tienen la oportunidad de hacerlos o conversarlos, esa fue una gran imagen además de la del volcán que estalla y está efervescente desde todas las instancias: desde la poesía del Excel hasta hacer obras de arte”, explica María Rojas.
Durante este proceso sus proyectos se potencializaron aglutinando en ellos las voces de otros artistas interesándose en desglosar ideas sobre el Caribe o cuestiones identitarias ligadas a hechos históricos que todavía retumban en diferentes territorios. “Abrir monte” es un proyecto sobre la revolución de los bolcheviques del Líbano, Tolima, considerada como la primera guerrilla de Latinoamérica, ocurrida el 19 de julio de 1929 y que tuvo una duración de un día. Durante la búsqueda de este archivo, Rojas, directora del proyecto, reconoció la carencia de archivo fotográfico y de video, lo que la obligó a reconstruir un nuevo archivo que presentó en un primer momento en colaboración de 11 artistas en una exposición en la galería Santa Fe en 2021. “Ese proyecto habla de cómo trabajamos nosotros. En ese momento expandimos esa idea de buscar memoria en el lugar donde uno considera que es su territorio y reunir mucha gente para compartir esas metodologías, maneras de ver el conflicto desde un lugar no tan oficial, basado en cosas oficiales, pero más cercano a la memoria”, dice Jurado.
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La exposición estaba organizada como si fueran escenas de una película en diferentes capítulos. Luego de la exhibición, se estrenó un cortometraje con este mismo nombre que ha ganado diferentes reconocimientos.
El reconocimiento de una historia alternativa que se cuenta en los medios convencionales o acervos oficiales trajo una investigación sobre los hechos ocurridos durante la carrera espacial y la llegada del hombre a la Luna en nuestro país. “La casa grande” fue un proyecto expositivo que tuvo lugar en la Cinemateca de Bogotá en el mes de septiembre. La muestra estaba compuesta por la primera imagen de la Tierra que los artistas colocan de manera invertida, una escultura inspirada en el telescopio construido por los hermanos Herschell y una vista desde arriba sobre los hechos que ocurrían en Colombia durante la llegada del hombre a la Luna, todo ello acompañado de sonidos de ocho canales compuestos por sonidos de la naturaleza, discursos políticos, cantos de comunidades indígenas de la Amazonia y sonidos de la Resonancia Schumann que orbitaban en la muestra como un eterno retorno en consonancia con las imágenes de archivo con noticias de aquella época y que siguen siendo noticia.
“Lo que está en ‘La casa grande’ es un capítulo del primer largometraje de La Vulcanizadora que se llama Bienvenidos conquistadores interplanetarios y del espacio sideral, que dirige Andrés y yo produzco. En este proyecto nos preguntamos: el hombre se fue a la Luna, pero estos astronautas hicieron un viaje por toda Latinoamérica, ¿por qué razón?, ¿por qué se insistió tanto en que estas personas vinieron antes y después? Una historia específica es la visita de los astronautas a Bogotá, pero también el entrenamiento de ellos en Chocó”, aseguró Rojas.
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En el documental experimental Bienvenidos conquistadores interplanetarios y del espacio sideral se intervienen imágenes de archivo y películas de propaganda sobre la carrera aeroespacial para desarrollar una historia sobre el entrenamiento de los astronautas norteamericanos en las selvas tropicales del Darién. Este largometraje será estrenado el próximo año y busca reconocer un nuevo lenguaje transdisciplinario de las artes. “La misma película es una especie de ritual de descolonización de ese archivo. Es un ritual porque tiene muchos cantos, mucha historia de los emberas. Todas esas conexiones trabajan en un montaje muy ensayístico, muy artístico y, finalmente, muy liberador; la gente ve este archivo y no se siente identificado propiamente, sino que siente que participa de un acto de pensamiento y de creación al ver las cosas”, concluye Andrés Jurado.

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