Lunes, Enero 9 de 2023
A propósito de la aparición de 'Montevideo', la más reciente aventura literaria del autor de 'París no se acaba nunca', Sandro Romero Rey conversó con su gestor, en busca de las claves secretas de una novela en la que se esconden acertijos fascinantes, museos que conducen a puertas condenadas, capitales suramericanas que terminan esfumándose en capitales europeas, mundos que terminan y se inmortalizan en palabras adictivas. La obra de Enrique Vila-Matas sigue su senda y consolida la genialidad de un escritor que no cesa.
Por Sandro Romero Rey
Sandro Romero Rey: Ya que tu novela se llama Montevideo, me gustaría que nos hablases un poco de tu relación con América Latina…
Enrique Vila-Matas: La trayectoria de mi relación es larga, porque se inicia con amistades importantes en Barcelona antes de viajar a América. La primera de ellas fue con Sergio Pitol. También el poeta peruano Vladimir Herrera y el colombiano Óscar Collazos, tan valorado por mí como escritor. Creo que son amistades que se prolongan por casi 40 años. Montevideo no era el título inicial del libro. No tenía título, pero tuve que hacer una entrega a la revista Cuadernos Hispanoamericanos sobre algún texto que estuviera escribiendo en aquel momento y decidí un fragmento muy mínimo que titulé Montevideo. Después ya quedó como título, porque el núcleo central de la novela está situado en una habitación de hotel de la ciudad de Montevideo.
S. R. R.: Estuve en la conversación que sostuviste con Óscar Collazos hace muchos años en el primer Hay Festival de Cartagena de Indias. Recuerdo muy bien que leíste Por la carretera de Sintra de Fernando Pessoa como introducción a esa conversación. Siempre me quedó la curiosidad de cómo fue tu relación con esa generación de escritores latinoamericanos instalados en Barcelona…
E. V. M.: Con Gabo no llegué a tener contacto. Lo había visto solo en dos ocasiones, pero no habíamos hablado. Estaba con su esposa cenando con Mario Vargas Llosa y su mujer, una conversación a cuatro en un restaurante al final de la Ramblas. Muchos años después lo vi en Cartagena de Indias. Él sabía muy bien quién era yo. Así que me dijo: “ya era hora de que nos viéramos, de que viera tu cara”. Me pareció una frase un tanto misteriosa. Y esa fue la única vez que hablamos. En Barcelona me veía con R. H. Moreno- Durán. Y, en especial, con Collazos. Fueron los dos escritores suramericanos con los que más relación tuve. Eran relaciones de fiesta, nocturnas. A Óscar Collazos sí tengo que decir que le debo algo muy importante porque en la barra de un bar que no he olvidado, me habló de un libro que para mí fue decisivo en la construcción de Historia abreviada de la literatura portátil. Me habló de Maupassant y “el otro”, un libro de Alberto Savinio donde se hablaba de Maupassant pero en términos muy libres, realmente era un pretexto para hablar de todo. Así salió Historia abreviada de la literatura portátil. En el propio Montevideo se produce también el pretexto de buscar una habitación de un hotel de Montevideo, lugar en donde la ficción y la realidad se conjugan y a través de este pretexto iniciar todo un despliegue de géneros y un intento de escritura superior a lo que había hecho hasta entonces.
S. R. R.: En el libro los capítulos tienen nombre de ciudades y vas de París a Cascais, Montevideo, Reikiavik, Bogotá y regresas a París. París tiene una presencia muy fuerte similar a la de París no se acaba nunca. Sin embargo, la ruta se va por unos atajos inesperados y fascinantes y supongo que el hecho de que el libro se llame Montevideo es una pequeña trampa, una trampa dentro del laberinto que es toda la novela. Entre otras cosas, ¿cómo han recibido los uruguayos el libro?
E. V. M.: Hasta el mes de noviembre, el libro solo había llegado a Colombia. Después, se lanzó en Argentina y en México. No sé por qué razón especial llegó primero a tu país… En realidad, Montevideo es un viaje mental, pero parece pensada toda por alguien que escribe en París y al mismo tiempo habla de Montevideo o de Bogotá. Bogotá en realidad está en París también, porque la habitación donde se encuentra la ciudad se llama Bogotá, que está dentro del museo Pompidou de París. En definitiva, es una novela que está escrita como si yo pensara escribir en París, pero al mismo tiempo está escrita en Barcelona y por lo tanto es muy frágil la frontera entre una ciudad y otra.
S. R. R.: Te preguntaba por los escritores latinoamericanos también porque hay una suerte de diálogo secreto o de guiño hacia Cortázar…
E. V. M.: Había leído a Cortázar, un poco como el narrador de mi novela. Me gustaban mucho sus cuentos, pero no tanto Rayuela. Eso lo explico en el libro. El origen de Montevideo está en una frase de la escritora argentina Beatriz Sarlo donde explica el relato La puerta condenada, donde hay una puerta condenada detrás de un armario. Detrás de la puerta condenada del cuento de Cortázar, decía Beatriz Sarlo, irrumpía la ficción y la fantasía dentro del mismo relato. Entonces se me ocurrió que algún día viajaría a Montevideo y me situaría frente a la puerta donde realidad y ficción se mezclaban. Y ese fue el arranque de la investigación que inicia el narrador, con esta perspectiva da cuenta de cosas de su vida que se dirigen hacia el encuentro con ese punto de fantasía y realidad.
S. R. R.: ¿Cómo ha sido tu relación real, física, con la ciudad de Montevideo?
E. V. M.: En un viaje que hice, creo que me invitaban a Buenos Aires, pasaba por Montevideo y por Chile. O sea por tres países, que me pareció un poco exagerado pero lo hice. Debo decir que en cada país fue distinto todo. En el caso de Montevideo pasé dos noches y bueno, la impresión que saqué (claro, hablo de una ciudad que no conozco, en la que he estado solo dos días), la impresión que saqué es que es una ciudad como la había definido Borges, que se parecía mucho al Buenos Aires de antes, es decir, que conservaba muchísimas cosas de lo que había sido Buenos Aires. Como me ocurrió a mí como barcelonés cuando viajé a Lisboa por primera vez, que me recordó el Lisboa de entonces a la Barcelona que yo había perdido. También esto me recuerda lo que me dijo un taxista en México cuando yo iba para Guadalajara: “Uy, en Guadalajara están una semana atrasados. Una semana no: cinco o seis años atrasados con respecto a nosotros”. Y bueno eso me pareció mejor. En todo caso, fui a esta ciudad y me encantó su ritmo, la amabilidad de sus gentes. Eso no significa que todas las personas deban ser amables. Pero también en la parte literaria es magnífica, ¿no?, en autores. Se puede empezar por Mario Levrero, por Onetti, por Idea Vilariño, por donde quieras es un país muy rico. Me recuerda Irlanda que también es un país muy pequeño y que también tiene una gran literatura. Y bueno, Montevideo a mí me fascinó, esa es la realidad. Fui al hotel Cervantes, pero no me dejaron ver la habitación de Cortázar, la 205. De modo que la novela está montada sobre la idea del narrador que viaja ahí dentro de la habitación. Y lo consigue.
S. R.R.: Uno siente que hay una especie de secreto hilo conductor entre los distintos narradores de tus libros. Por lo menos de tus novelas después de El mal de Montano en adelante…
E. V. M.: Bueno, ahora tengo la perspectiva del tiempo, ¿no? Por lo tanto ya puedo opinar un poco más sobre esto y creo que hay un autor y hay unos, que yo los llamo avatares. Personajes que viven historias y las cuentan a través de una voz que siempre es identificable con la del autor. El autor va cambiando porque son personas distintas las que hablan. Solo hay un personaje en realidad porque solo hay una voz. A esa voz yo creo que vuelven los adictos a la literatura para recuperar la voz que han perdido durante el último libro. Es la que aparece siempre. Es una voz que piensa. Por eso yo creo que lo hago desde hace mucho tiempo, así como en El mal de Montano o en el Doctor Pasavento, entre el 2004 y el 2006, es alguien que quiere unirse al pensamiento de ficción o, si se prefiere, al ensayo de ficción. Doctor Pasavento se inicia como un ensayo que intenta investigar sobre la desaparición del sujeto en Occidente. Al final lo que cuenta es la desaparición de alguien que quiere desaparecer y no lo consigue.
Volviendo a tu pregunta sobre Cortázar, me insinuaron “que no estaba muy de moda”. Yo no sabía esto. Para mí siempre Cortázar ha estado. Yo creo que Cortázar es un autor importante en la literatura del pasado siglo, sin duda, a nivel mundial, y por lo tanto esté o no de moda, a mí me interesan mucho sus relatos. Además, era un buen teórico de la literatura. Conocí a Aurora Bernárdez, su primera mujer, en Barcelona. Cuando vivía, a veces pasaba por aquí. Me sorprendió mucho porque me conocía. Me dijo que me leía en los trenes nocturnos por toda Europa. Fuera verdad o no, me pareció extraordinario que me dijera esto. Yo la felicité por sus traducciones, especialmente por la de Pálido fuego de Navokov. A Cortázar solo lo vi un día en una cabina telefónica. Yo era muy joven y, al ver que se metía en una cabina en la que no cabía por su altura, no me atreví a decirle nada. Pero al menos supe que lo había visto.
S. R. R.: Déjame dar una pequeña opinión sobre Montevideo. Yo sentía que era una suerte de suma de muchas de tus obsesiones y de tus constantes. El hecho de que empiece en París con una anécdota que lejanamente lo evoca a uno a París no se acaba nunca, luego las citas a Kafka, a Robert Walser… Pero poco a poco el libro se va convirtiendo en otra cosa, en una suerte de laberinto. Me pareció una novela casi perfecta, una novela que seguía la idea del cuadro de Hammershøi que ilustra la carátula. Una habitación que lleva a otra y una ciudad que lleva a otra. Todo este viaje de puertas que se abren y se cierran. ¿Estarías de acuerdo con que este es un libro que de alguna manera recoge muchas de tus pasiones tanto literarias como vivenciales o querías apuntar a otro sitio?
E. V. M.: Me alegra mucho lo que dices porque valoro tus opiniones. Tuve esa sensación, cuando el texto estaba desbordándose para bien. Cuando entré al episodio de Montevideo empecé a contar el sendero que conocía de Bogotá. Eso fue muy importante para mí. La sensación de que era una novela muy abierta, al contrario de las dos últimas que había escrito, anteriores al trasplante de riñón que sucedió justo en la mitad de la redacción de esta novela. La corrección la hice convaleciente pero con una euforia creciente, físicamente por la mejora que iba desarrollando cada día. Estaba, por otra parte, con un primer borrador, con algo que ya no hay que construir tanto, sino modificar, arreglar y mejorar. Y ahí sí que se vuelve historia. Yo creo, también con el tiempo, que uno ha de divertirse mucho, siempre, cuando escribe. Se puede hacer de otra forma, evidentemente, pero creo que, aunque sea un tópico, si estás entusiasmado con lo que estás haciendo lo transmites a los lectores. Y de hecho está pasando con este libro. Han aparecido muchísimos lectores que jamás me habían leído. Desde la fecha en que se publicó no había novedades en España porque era el 9 de septiembre y eso ha producido una especie de boom de libro del que yo me alegro muchísimo por supuesto y sobre todo ha hecho que se incorporen muchos más lectores a este viaje. Existe el fantasma de que yo soy “complicado”. No soy complicado. Quizás complejo. Pienso en el lector y procuro comunicarme con él.
S. R. R.: Cuando escribes tus novelas, ¿tienes trazado un plan preciso de cuál va a ser el mapa de ruta del libro o te tiras a la piscina sin saber dónde está el fondo?
E. V. M.: Más bien lo segundo. Además es que no hay más posibilidades de escribir. O la primera que has dicho o la segunda. Por ejemplo, Vargas Llosa planifica todo, me lo ha contado muchas veces. Una forma de conocer el bosque antes de entrar en él. Mientras que la otra, entras al bosque sin saber lo que te vas a encontrar. En eso está la diferencia y no hay otras formas de escribir. Yo planifiqué la creación de un personaje que hablara, una voz que hablaba, que buscaba ser una ensayista, como Paul Valéry, por ejemplo. Sobre todo que fuera un escritor francés. Es una manía del narrador y al mismo tiempo llevarlo en un momento determinado a la habitación de Montevideo para saber qué encontraba detrás del armario de la puerta condenada. Y dilataba, demoraba el momento de encontrar esa puerta porque no sabía qué encontraría detrás de ella. Trabajando se encuentra la inspiración. Siempre. Pero a veces la sensación es muy nueva para ti. Tienes la impresión de que viene de afuera, como si existiera la musa, alguien que te dice eso. Y no: viene de adentro. Eso es lo que más me impresiona. Toda la novela está escrita para ver qué veía en la habitación de al lado, qué veía en la habitación verdadera. Hacia el final creo que es la búsqueda de esa habitación. También juego con la idea de que es la habitación de Virginia Woolf, la habitación que buscan las mujeres para escribir. Hay una frase que dice que estaba buscando la habitación propia de Virginia Woolf que queda muy ambigua y no se sabe qué quiere decir porque yo no lo sé. En el fondo, es la búsqueda de una habitación propia hecha por un hombre.
S. R. R.: Hay una parodia al comienzo, en el capítulo de París, con el narrador/dealer que dice que su primer libro se llamaba Un garaje propio o algo así, ¿no?
E. V. M.: Su primer libro era muy torpe porque ya se equivoca en el título, ¿no?
S. R. R.: Hablando del trabajo y de la inspiración, ¿tienes una rutina o eres desorganizado en tus horarios de escritura?
E. V. M.: Las últimas dos décadas en principio he trabajado siempre por la mañana que es cuando yo creo que la mente está más despierta, más viva, más dispuesta a encarar el día. Por lo tanto, lo que pasa es que escribo mucho por la mañana y por la tarde, muchas veces, si estoy metido en una novela, como pasa con tantos narradores, casi todo lo que pasa por la tarde, aunque salgas a tomar algo con amigos o lo que sea, todo debe ser importante para que cuando llegues a casa lo cuentes, lo anotes para el libro. Eso para la novela es valioso. Pero el trabajo físico es por las mañanas. En las tardes, siempre con la caída de la tarde, tengo menos ideas luminosas, digamos.
S. R. R.: No puedo dejar pasar esta oportunidad para preguntarte por el capítulo titulado Bogotá. Ese capítulo empieza en el centro Pompidou, se abre la puerta 19 (la calle 19 en Bogotá es muy importante). Uno se mete en esa 19 de Bogotá desde París. Me da la impresión de que todo el capítulo tiene una serie de guiños a tus recuerdos de tu primer viaje a la ciudad…
E. V. M.: Sí. Se basa en el primer viaje. No sé en qué año fue. Y sí, fue un viaje que me impactó mucho porque había estado mucho sobre todo en México que es un lugar menos tranquilo que Barcelona. Bueno. Barcelona ya no es tranquila. Pero a Bogotá llegué en circunstancias especiales porque estaba promulgado un estado de sitio y tener un salvoconducto para llegar por la noche al hotel me dio una impresión fuerte. Porque no sabía a qué se debía el estado de sitio en ese momento. No lo esperaba y todo se complicó. “Mañana nos censan para ver cuántos quedamos”, decía el periódico El Tiempo. Todo esto me fue creando una impresión de un lugar difícil. Y lo era. Después he estado en Bogotá varias veces y no ha sido lo mismo, pero en esa ocasión sí. Me recordó un poco lo que se decía de Nueva York cuando la ciudad era violenta. Se hizo un análisis para ver qué ocurría allí. Se vio que treinta por ciento eran inofensivos y el otro treinta por ciento simplemente estaban locos. Luego solo había un cuarenta por ciento real de peligro. Era intimidante ver la plaza de Bolívar sin nadie, solo con dos borrachos. Es extraño ver así esa plaza que luego la he visto llenísima en tantas ocasiones. Pero los borrachos que le gritaban al gobierno me parecían una visión muy fantasmal de Colombia.
S. R. R.: A mí me encantó esa dimensión metafísica que tiene Bogotá. Porque tú, desde la distancia, conviertes el antiguo hotel Hilton en algo kafkiano. Antes de terminar, Enrique, quiero preguntarte por tu progresiva relación con las artes plásticas. En este libro es muy estrecha, con las instalaciones, con el mundo de los nuevos creadores en los museos. Desde Kassel no invita a la lógica hasta este libro, hay un diálogo continuo con las artes visuales…
E. V. M.: Tenía una relación inicial con Sophie Calle que me hizo una propuesta que no logramos llevar a buen proyecto. Una propuesta tan curiosa y tan difícil que era escribirle su vida, dictarle qué tenía qué vivir durante medio año. Pero al final se vio truncado. Posteriormente, conocí a Dominique Gonzalez-Foerster con la que establecí una relación amistosa, muy creativa, a base de encuentros en diversas ciudades y lugares. Especialmente en París, donde intercambiábamos opiniones e ideas sobre nuestros respectivos trabajos y a veces concluían y le daban a Dominique para incorporar cosas que yo le decía en sus instalaciones. Como yo incorporé, por ejemplo, la idea de la instalación que ella tenía pensada inicialmente con la portada de Montevideo, con ese cuadro de Hammershøi, del vacío con puertas y sin nadie. Ella tenía esa idea y luego lo hizo como instalación. Posteriormente, a ella le encargaron en París, en el Pompidou, como se cuenta además en la novela, una retrospectiva sobre su obra y montó un hotel en el que habría una habitación única. Yo le sugerí que pusiera a Rimbaud desnudo como idea. Pero no evolucionó la idea. Todo lo utilizo después en Montevideo, en la novela. Y en cuanto a Kassel, también fue una invitación extraña que me llegó porque no invitaban a escritores y este año invitaron a escritores y lo conté en esa novela. Actualmente sigue siendo una relación interesante para mí. Espero ver pronto a Dominique, retomar los diálogos que había, que se interrumpieron mucho precisamente por el atentado del Bataclan en París. Me impidió ir a ver lo que había en la habitación segunda, en la nueva habitación que accedía a la primera que era la única mía y la única del hotel.
S. R. R.: Con las artes plásticas la relación es evidente. Pero con el cine hay una especie de trampa extraña desde que escribiste ese libro o publicaste ese libro con el título Nunca voy al cine y uno cree que es una especie de declaración de principios de un defensor a ultranza de la literatura que se opone al cine. Sin embargo tus libros, en el fondo, son muy cinematográficos. Incluso en Montevideo hay muchas referencias al cine. ¿Cómo es tu relación con el cine actualmente?
E. V. M.: Aunque no me relaciono con el cine como trabajo, en el Festival de Cine de Lisboa, que organizan cada año, David Cronenberg me dio un premio por mi relación con el cine. Conservo la placa porque sin haber hecho cine tengo una placa de cine. ¡Eso es como ganar el Oscar sin haber hecho jamás una película!
S. R. R.: Es el premio por escribir Nunca voy al cine…
E. V. M.: Es lo que llaman “la literatura expandida”. Salir de la literatura y conectar con otras artes. Es muy beneficioso para el trabajo de cada uno, creo. Lo hago desde hace mucho tiempo. Y bueno, ahora en la Filmoteca de Barcelona van a proyectar las diez películas que he elegido para diez semanas con una película cada semana. He elegido diez para que las pasen en la Filmoteca. Ha sido una elección complicadísima porque claro, hay muchas más de diez que me encantaría ver.
S. R. R.: ¿Te puedo preguntar cómo es tu relación con Cataluña? ¿Cómo es tu relación con la cultura catalana viviendo en Barcelona y escribiendo en español?
E. V. M.: Yo confío en que sea buena. Soy muy barcelonés. Aparte de todo, mi familia siempre ha sido de origen catalán y hemos hablado siempre catalán. He mantenido una posición a la expectativa de lo que ocurra. Porque en definitiva los partidos que estaban enfrentados en esto eran partidos que jamás había votado, por corruptos. Tanto en Cataluña como en España. No me divertía nada lo que hacían unos y otros. No tomé un partido público en todo caso y siempre pienso que estas cosas no me toca resolverlas a mí. Es un tema complicado. No me sentía cómodo. A la hora de votar siempre votaba a un partido y no era ninguno de los que estaban enfrentados.
S. R. R.: Me pareció simpático, volviendo a Montevideo, que el narrador fuese traficante de drogas en París y eso me hizo pensar, cómo fue tu relación generacional con la triada “sexo, drogas y rocanrol” de los años sesenta y setenta. Y el hecho de que tengas un libro que se llame Aire de Dylan también me hace pensar cómo ha sido tu relación con la música y el universo del pop. ¿Tuvo algo que ver contigo?
E. V. M.: Bob Dylan es el héroe siempre para mí, mi todo absoluto y el gran genio. Y es curioso porque cuando escuché las primeras canciones de Bob Dylan iba al colegio todavía. Un amigo tenía un disco y no entendí nada, aparte porque la letra era en inglés tampoco me sonó a que fuera música que yo conocía. Precisamente por eso, porque no entendí nada y la música me pareció extrañísima, decidí siempre seguir escuchándolo. Cuando escribo vuelvo a Bob Dylan muchas veces. Es un empuje fuerte para las ideas. En las noches de París conocí a unos exiliados españoles y conocí una parte de ellos, algunos traficantes de poca monta. Conocía el medio. Normalmente suelo escribir sobre lo que conozco. No me arriesgo a hablar de cosas que no conozco. Y por otra parte, hago una broma sobre esto, escritores y delincuentes muchas veces son lo mismo.
S. R. R.: Aire de Dylan se publicó antes del Premio Nobel a Dylan, ¿sabes si Dylan conoció tu libro?
E. V. M.: No creo. Pienso que ni le interesaría. Como una premonición, quizá sí. Dylan es un genio. Eso que no tenga lugar dónde vivir, vivir siempre en la carretera me parece extraordinario, que no tenga ubicación. Sus canciones me gustan, pero le habría dado el libro más al poeta. Me parece fascinante como poeta.
S. R. R.: ¿Te puedo preguntar por tus proyectos actuales? ¿Tienes algo en ciernes o no te gusta hablar de eso?
E. V. M.: Voy preparando un libro nuevo, sí. Pero también estoy resolviendo una serie de problemas que tengo pendientes, algunos trabajos. Y todavía estoy en la promoción de Montevideo. Me da un empujón enorme a la hora de continuar escribiendo. Aparte de que he renacido. ¿En qué consiste renacer? En comprender literalmente la palabra “renacer”. Estos dos últimos años no estuve físicamente bien y ahora pues claro, es como si de repente hubiera nacido. Por mucho que el tiempo se acorta para la vida, me encuentro optimista en este sentido y si no lo estuviera sería absurdo. Por lo tanto estoy cargado de proyectos y cosas. Hay días en los que tengo siete cosas al mismo tiempo, siete asuntos distintos. Hablando en términos literarios, estoy desbordado. Como me desbordó Montevideo. Acá estoy ahora mismo con la misma iniciativa. Y me encanta que sea así. Siempre he escrito para ocupar el tiempo, además.