Martes, Diciembre 13 de 2022
Crédito: Fotoilustración: Yamith Mariño.
La revista británica 'Sight & Sound' ha polarizado innecesariamente las opiniones de los cinéfilos, con sus cien mejores películas de la historia del cine. No hay películas latinoamericanas y solo una hablada en español. Mientras tanto, en Colombia se estrenaron cincuenta y ocho largometrajes (según la información de Proimágenes). A pesar de la pospandemia, de la resistencia mundial del público a asistir a las salas, el cine y sus equivalentes (televisión, cable, plataformas) continúa existiendo y multiplicándose. Y sigue siendo la manera más práctica de pensar, de opinar y, no hay que olvidarlo, de divertirse.
Por Sandro Romero Rey
El método no es muy complicado, pero sus implicaciones sí pueden serlas. Desde los tiempos en que las revistas nos llegaban por correo, Sight & Sound era, para bien o para mal, un referente necesario en todos aquellos que queríamos estar informados o ser partícipes de las polémicas alrededor del cine. Desde el lejano 1952, comenzaron a publicar, cada diez años, las listas de las mejores películas de la historia que, como es de suponerse, ha variado con el paso del tiempo.
Comenzando por Ladrón de bicicletas de Vittorio de Sica (en algunos portales se afirma que la elegida fue Acorazado Potemkin de S. M. Eisenstein), pronto fue desbancada por El ciudadano Kane, la cual reinó hasta el año 2002. Ahora bien, el criterio en la escogencia de los votantes no ha sido siempre el mismo. A partir del 2012, se amplió la lista de 108 a 358 críticos que sufragaron en distintos países del mundo y el trono pasó de Kane a Vertigo de Alfred Hitchcock.
Al revisar las vueltas y revueltas que ha dado ‘Sight &Sound’, es posible que se hayan pegado un tiro en el pie al darle el número uno a Jeanne Dielman, haciéndole daño al cine de mujeres, al cine experimental y a la misma Chantal Akerman. Porque parte del valor de su película es justamente el de no dejarse comparar con el canon convencional.
Hasta que en 2022 pareciera que las razones externas al cine comenzaron a imponerse, cuando entraron 1639 votantes que, según las cuentas realizadas, terminaron escogiendo el clásico del “slow cinema” de 1975: Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles de la desaparecida directora belga Chantal Akerman, quien se suicidase en París en 2015, a los sesenta y cinco años. Está muy bien el reciclaje generacional, porque todos envejecemos y las nuevas generaciones nos reclaman, quizás por inocencia o simple desinformación que, cuando se hacen semejantes balances, se omite lo reciente, para priorizar la naftalina. Puede ser. Pero es obvio que, si se hace una lista titulada “Las 100 mejores películas de la historia” se infiere que deben ser películas que marcaron una pauta, un momento de ruptura, que de alguna manera simbolizan lo que miles y miles de imágenes en movimiento han representado para la especie humana. Pero Sight & Sound no es muy coherente. O, al menos, no son claros en quiénes fueron los 1.639 votantes para justificar el salto cuántico de Jeanne Dielman al primer lugar. Palabras más, palabras menos, lo dijo el director y guionista Paul Schrader en su muro de Facebook, al considerar que más daño se le hace a Chantal Akerman ubicándola en un lugar exagerado. No es posible que la película tenga un valor especial por el hecho de que sea dirigida por una mujer. Si es así, deberían aclararlo en las reglas. Pero es muy extraño que una película de culto, de tres horas y media de duración, que ni las más ardorosas espectadoras se soportan, ahora sea la representante del cine de mujeres, cuando hay cientos de películas de género mucho más importantes. Y si de lenguaje se trata, ya los directores que Chantal amaba, a los que le rindió homenajes en entrevistas y declaraciones, habían hecho un cine más contemplativo que el que arriesga Jeanne Dielman: solo basta mirar la filmografía de Godard, de Bresson, o Fassbinder anterior a 1975, para entender lo que se quiere decir. Y, si de mujeres se trata, son mucho más importantes Agnès Varda, Nelly Kaplan o Marguerite Duras (si queremos mantener “la ruptura del lenguaje de la época”) que el citado film de Akerman. Pero dejémoslo ahí. La revista cumplió su cometido: que hablen de Sight & Sound. Bien o mal, pero que hablen. No sé qué pensará de todo esto Nick James, quien fuera el editor de la publicación entre 1997 y 2019 y que pensaba, a mi modo de ver, de manera muy distinta. Pero, revisando las vueltas y revueltas que ha dado S&S, es posible que se hayan pegado un tiro en el pie al darle el número uno a Jeanne Dielman, haciéndole daño al cine de mujeres, al cine experimental y a la misma Chantal Akerman. Porque parte del valor de su película es justamente el de no dejarse comparar con el canon convencional. Y mucho menos superando títulos, de hombres o mujeres, que deberían estar defendiendo a Chantal Akerman estando por encima de ella.
Pero es muy extraño que una película de culto, de tres horas y media de duración, que ni las más ardorosas espectadoras se soportan, ahora sea la representante del cine de mujeres, cuando hay cientos de películas de género mucho más importantes.
Y, mientras tanto, ¿qué pasa en nuestros pagos? Más allá del lamento hay que mirar el asunto con otros parámetros, si ya nos sacaron de la lista de invitados a la fiesta de la historia del cine. Es probable que ninguno de nuestros títulos esté entre las privilegiadas que Sight & Sound o sus críticos invitados han escogido para adornar los nuevos tiempos de la corrección. De repente, yo sí pondría una o dos películas colombianas en mis cien películas personales. Pero como no se trata de imponer gustos o de acelerar disgustos, me propuse darle la vuelta al asunto y mirar lo que ha sucedido este año en mi país, haciendo un intento de jugar al borrón y cuenta nueva, partiendo de la base de lo que se estrenó durante 2022. Gracias a la lista de Proimágenes Colombia, supimos que casi sesenta largometrajes aparecieron (o aparecerán) en nuestras pantallas: desde Fritanga Express en enero 6, hasta las que saldrán a finales de diciembre: El último hombre sobre la tierra y la muy accidentada La ciénaga entre el mar y la tierra. Pienso en los críticos de Sight & Sound si me pusieran a escoger “las diez mejores películas colombianas de 2022”. Me pondrían en serios aprietos porque, ¿cuáles serían los parámetros? ¿Deberían estar las más populares, como Un parcero en Nueva York de Harold Trompetero, que hizo casi 148.000 espectadores? ¿O debería priorizar mis gustos personales y destacar mi favorita, Los reyes del mundo de Laura Mora, a pesar de que su afluencia de público va en redondeados cincuenta y dos mil espectadores? Al mismo tiempo, es evidente el auge del documental en nuestra producción nacional donde se encuentra buena parte de lo que a mí más me entusiasma. Pero los documentales no avanzan en la taquilla y todavía son considerados obras “de nicho”. Por ello, no es extraño que la gente aún pregunte: “Esa película, ¿es cine o es documental?”
Gracias a la lista de Proimágenes Colombia, supimos que casi sesenta largometrajes aparecieron (o aparecerán) en nuestras pantallas: desde Fritanga Express en enero 6, hasta las que saldrán a finales de diciembre: El último hombre sobre la tierra y la muy accidentada La ciénaga entre el mar y la tierra.
En la encuesta de Sight & Sound hay una distinción que poco se toca entre los medios que han sobrevalorado la escogencia de los críticos. Se olvidan citar el hecho de que también hay una lista realizada por directores, de acuerdo con las diez escogencias entre 458 figuras del oficio. Allí el asunto es mucho más coherente: en primer lugar está 2001: Odisea del espacio de Stanley Kubrick (El ciudadano Kane está de cuarta y Vertigo pasó a un deshonroso sexto lugar). En fin. No insistamos en estas jerarquías imposibles. A lo que quiero llegar es a tratar de encontrar un equilibrio en estas enumeraciones para perezosos. Porque, es evidente, que aquí se cruzan los gustos “del gran público” (nadie sabe qué es “el gran público”, más allá de lo cuantitativo), con los gustos personales y, lo que a casi todo el mundo le ha molestado: que las coyunturas ideológicas empiecen a imponer sus agendas sacrificando la calidad, en aras de la inclusión forzada. Si hablamos del cine colombiano yo no tendría otra herramienta que echar mano a la provocación, tan solo recurriendo a mis atracciones individuales, las cuales están determinadas por mi formación, mis intereses, o mis líneas rojas. Por lo general, no me gusta opinar de lo que no me gusta. Prefiero entusiasmar al lector con lo que a mí me ha emocionado. Pero, de repente, al hablar del cine colombiano modelo 2022, termino escribiendo con indulgencia u omitiendo lo que no me llama la atención y termine en la picota. En estas líneas terminé cuestionando, sin querer, una película que, como Jeanne Dielman, ocupaba un lugar especial en mis recuerdos, mas no estaría entre mis cien favoritas (de pronto, ahora sí). Hay que inventarse (o “reinventarse”, como se generalizó en la pandemia) una nueva forma para profundizar en las simplificaciones.
Hace poco vi el documental El crítico de Juan Zavala y Javier Morales sobre Carlos Boyero, “una de las figuras más seguidas y temidas del cine español”, según reza una de sus frases promocionales. No. No podemos volvernos escribanos “boyeristas”, que se aferran a su máquina de escribir y a sus caprichos provocadores. Boyero odiaba a Almodóvar y no habrá poder humano que lo haga cambiar de opinión, así Almodóvar haga El ciudadano Kane o, qué se yo, Jeanne Dielman. El cine colombiano de 2022 manifiesta un síntoma de transición. Hay títulos estupendos y otros que no partirán mi vida en dos. Pero prefiero omitirlos. Os propongo, pacientes lectores, que hagáis una lista de lo que veáis del cine colombiano en 2023. Al final del año, podemos organizar una encuesta propia, aprovechando a que a Sight & Sound les faltan nueve años para sacar un nuevo mea culpa. Estoy seguro de que nos llevaríamos gratas sorpresas. Como la sorpresa que se estará llevando ahora el espectro de Chantal Akerman.