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PelÃcula colombiana Los reyes del mundo, de Laura Mora
Juan Cristóbal Cobo
Juan Cristóbal Cobo
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La cineasta Laura Mora, las productoras Cristina Gallego y Mirlanda Torres y los actores de Los reyes del mundo esperaban su conexión en Barajas, en Madrid, para regresar a Colombia. Habían finalizado su participación en el Festival de San Sebastián, donde la película competía por la Concha de Oro. O eso era lo que pensaban. Una llamada urgente les pidió que se devolvieran a Donostia porque “necesitaban que estuvieran presentes en la ceremonia de premiación”.
“Todos los premios han sido muy inesperados, pero los recibimos con alegría y gratitud”, recuerda Mora de ese feliz momento cuando el productor argentino Matías Mosteirín anunciaba a Los reyes del mundo como la mejor película del festival. Una semana más tarde repitió el galardón en Biarritz y en Zúrich. La directora y guionista paisa es sangre nueva en el cine colombiano que brilla en los principales festivales del mundo con sus visiones de país, que proyecta en sus producciones y con las que conquista públicos, críticos y jurados.
(Le sugerimos: Robbie Coltrane y otros actores fallecidos de la Saga de Harry Potter)
Los protagonistas de Los reyes del mundo tienen entre 15 y 22 años y cero experiencia actoral: Rá, Sere, Nano, Winny y Culebro emprenden un largo viaje desde Medellín hacia la ‘tierra prometida’ en el Bajo Cauca, para recuperar el terreno de donde fue desplazada la familia de Rá. Sin tener claridad de qué es real o un sueño, el espectador se sumerge en este delirio en el que afloran el sufrimiento, la injusticia y la culpa.
El momento en que recibieron la Concha de Oro a mejor película en San Sebastián.
EFE
Después de Matar a Jesús –la historia de una joven que se cruza con el sicario de su padre e intenta entablar una relación con él–, Laura Mora (Medellín, 1981) vuelve con su estilo directo, doloroso, pero ahora onírico y rebelde. En Los reyes del mundo encuentra “el carácter romántico que hay en lo subversivo y lo desobediente”.
Eres la primera que lo dice directamente, pero me ha sorprendido mucho esa reacción, me llama la atención porque esta película no es sobre la vida de estos chicos y tampoco quiero que la reacción ante esa culpa sea la caridad.
Yo toda la vida me he preguntado mucho eso de una sociedad dividida por clases, con unos comportamientos racistas, clasistas, excluyentes, y creo que lo primero sería empezar a mirar al otro con horizontalidad. En la película hay un momento en que los chicos nos miran de frente y nos interpelan como sociedad.
Yo, quizás por venir de una familia de abogados, hija de un abogado y profesor asesinado, pues toda mi obra está muy atravesada por una reflexión sobre la justicia, entendida como el sistema jurídico y en términos del azar. El origen nos define a los seres humanos, donde nacemos no es una decisión, y ese azar puede impactar de manera brutal el resto de nuestras vidas, nos puede poner en una desventaja frente a los demás. Luego está el tema de las tierras, que es el punto neurálgico del conflicto colombiano, y temía que fuera un concepto que no se entendiera muy bien afuera, pero, al contrario, allá tuvieron una lectura muy profunda más allá del término jurídico, y entendieron que era más la lucha por tener un lugar en el mundo, exaltaron mucho el valor de la belleza simbólica, de abordar la violencia con otras posibilidades estéticas, no literales. Y fíjate que a pesar de que la película es durísima nos queda una idea de esperanza, de que siempre habrá un mañana, así sea en la imaginación.
Yo siento que los colombianos hemos convivido mucho con imágenes violentas, así que es un reto la representación de esa violencia. Y, por el otro lado, la película transita todo el tiempo entre la realidad y el delirio, que para mí era muy importante porque he sentido con el tiempo –esta es una teoría mía como ser humano y artista– que la imaginación es un territorio inexpropiable, de ahí nadie nos saca, es un territorio íntimo, libre, y como estos muchachos están siendo expulsados todo el tiempo de todas partes me parecía que habitar la imaginación era la posibilidad de que tuvieran un territorio del alma.
El caballo es el animal cinematográfico por excelencia, y a mí me gusta mucho leer poesía. Hay un poeta palestino que se llama Mahmud Darwish y en sus escritos siempre aparece el caballo como una guía a la casa. Entonces el caballo fue para mí como una extensión del corazón de Rá, era su ilusión para volver a su casa. Además, la película transita entre los vivos y los muertos. Esos lugares donde llegan y los acogen, les dan un consejo sobre la vida, comida, cobijas, para mí eran como estar al margen de la representación realista. Cuando ellos entran al burdel, uno no sabe si es real o no; para mí, ese lugar es como Colombia, un lugar que es una ‘matria’ de mujeres solas, en el olvido, que han perdido a sus hijos en la guerra. En el relato cada lugar representa algo, era siempre habitar esa franja delgada entre el delirio y la realidad, ese fue un proceso de mucho trabajo creativo.
“El caballo fue para mí como una extensión del corazón de Rá, era su ilusión para volver a su casa”, dice la directora.
Janner López
Ella llegó cuando yo iba muy adelantada en el guion, porque siempre me pasa que llega un momento en el que me estanco y necesito trabajar con alguien. Ella me decía que era un reto porque lo que había escrito transgredía unas lógicas narrativas y ella es una guionista con las estructuras muy claras, pero yo necesitaba eso, a alguien que me ayudara a ordenar un poco las ideas. Trabajamos dos o tres versiones juntas y al final volví a coger el guion sola, para ya meterme de lleno en el rodaje que era tan complejo.
Es que yo creo que las historias deben contarse donde realmente pasaron, y aunque el cine permite el artificio de falsear, creo que esas locaciones, así como los actores naturales, traen unas verdades inocultables. La película nació cuando yo atravesaba esa carretera del Bajo Cauca (que todos los paisas conocemos cuando vamos al mar), pero todo el mundo nos advirtió que no nos metiéramos allá, que es un territorio complejo donde las fuerzas estatales no operan; además, es una tierra rica porque hay mucho oro y mucha coca, todos los tesoros tristes. Junto con Mirlanda Torres (una de las productoras) nos acercamos a los líderes sociales, las casas de cultura, en el trabajo de conocer a la gente. Pero fuimos muy cuidadosos porque esta gente ha sufrido mucho, no queríamos que pensaran que les íbamos a imponer algo, el cine es muy invasivo, pero creo que lo hicimos muy bien y, al contrario de lo que nos advirtieron, solo encontramos belleza y solidaridad.
Mucho. Son muy sensibles y nos regalaron eso para relacionarse con personajes con los que pueden identificarse de cierta forma con su vida –todos vienen de lugares en los que han experimentado situaciones difíciles, pero no son chicos de la calle que no tienen absolutamente a nadie– y entregaron esa materia prima emocional. Yo nunca trabajo pidiéndoles a los actores que se aprendan un guion, y ellos actuaron de una manera tan linda que ni ellos pueden creer.
Rá, Sere, Nano, Winny y Culebro, los protagonistas de la película.
Cortesía Juan Cobo
Sí, cada uno tiene asociada una palabra: Rá es la justicia, Nano es la dignidad, Sere es el místico, Winny es la revolución, y Culebro, la rabia.
Para mí, eso era clave en la película: desatanizar la rabia, eso es un sentimiento lleno de vida, los grandes cambios sociales han nacido de la rabia que quiere algo más justo. De alguna manera, la idea era darle lugar a esa rabia que es digna y amorosa, y mostrar a esos hombres jóvenes de contextos humildes siendo frágiles, que a uno se le quede eso y no la violencia y el odio que han enfrentado.
Lo que más me gusta del arte es que los mensajes queden por días, que habiten en uno, que nos lleven a reflexionar. Me gustaría que reflexionemos sobre la sociedad que hemos construido, sobre por qué sentimos esa culpa frente a la película y sobre lo delicado que es el tema de la tierra, lo importante que es tener un lugar en el mundo donde uno se sienta a salvo.
SOFÍA GÓMEZ G.
CULTURA
@s0f1c1ta
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