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Menor jornada laboral vs. productividad: el debate en América Latina apenas comienza

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Mientras países como Islandia, España y Japón implementan modelos de jornadas reducidas con éxito, América Latina enfrenta un desafío doble: adaptar estas tendencias a realidades marcadas por la informalidad laboral, la brecha tecnológica y culturas empresariales arraigadas en el presentismo.​

En Colombia, la Ley 2154 de 2023, que reduce gradualmente la jornada laboral de 48 a 42 horas semanales para 2026, ha reavivado la discusión. ¿Está la región preparada para este cambio?

Los resultados de experimentos globales ofrecen un panorama alentador. Entre 2022 y 2023, el piloto más grande del mundo, coordinado por 4 Day Week Global en Reino Unido, demostró que el 92% de las empresas participantes mantuvieron la modalidad de cuatro días tras observar mejoras del 35% en ingresos y una caída del 71% en niveles de estrés laboral.

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Islandia, pionera desde 2015, redujo su jornada a 35-36 horas semanales sin afectar la producción, según el centro de investigación Autonomy.

“Estos modelos no son una moda, sino una respuesta al agotamiento crónico y a la necesidad de humanizar el trabajo”, explica Alejandro Arévalo, cofundador de T-Mapp, una empresa colombiana especializada en reclutamiento y selección de talento ejecutivo y gerencial, fundada en 2020 por Alejandro Arévalo, Andrés Díaz-Granados y Pablo de Sagarminaga.

Alejandro Arévalo, cofundador de T-Mapp

Alejandro Arévalo, cofundador de T-Mapp

Cortesía

En América Latina, el avance es desigual pero prometedor. Chile aprobó en 2023 reducir su jornada de 45 a 40 horas, México debate una propuesta similar, y Colombia avanza hacia las 42 horas.

Sin embargo, el reto trasciende lo legislativo. Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), la región tiene la mayor tasa de informalidad laboral del mundo (56.3% en 2024), un obstáculo para replicar modelos europeos.

“En países como Colombia, donde el 57.6% del empleo es informal, reducir horas sin garantizar salarios justos podría profundizar desigualdades”
, advierte el cofundador de T-Mapp.

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Los beneficios potenciales son significativos. Latinoamérica lidera los índices globales de estrés laboral, según Gallup, y en Colombia, el 68% de los trabajadores urbanos reportó fatiga crónica en 2024.

Jornadas más cortas no solo mejorarían la salud mental, sino que podrían redistribuir el trabajo no remunerado (las mujeres dedican 4.1 horas diarias más que los hombres al cuidado del hogar, según la CEPAL) y combatir el “presentismo”, un lastre que el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) vincula con la baja productividad regional.

“Un colombiano trabaja 1.200 horas anuales más que un alemán, pero produce tres veces menos”, agrega Arévalo.

Pero las barreras persisten. El 52% de las pymes en Colombia considera viable la reducción horaria, según la Andi, pero sectores como manufactura y retail dependen de horas físicas, y solo el 34% de las empresas cuenta con herramientas digitales para gestionar teletrabajo, según el Ministerio de las TIC.

Jornada laboral

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iStock

“Sin inversión en automatización y formación, muchas compañías no podrán adaptarse”, insiste el cofundador de T-Mapp.

El camino hacia una jornada más corta requiere más que leyes. Chile, por ejemplo, diseñó subsidios estatales para mitigar costos empresariales, mientras en Colombia, el Ministerio de Trabajo promueve diálogos tripartitos para ajustar salarios y capacitar en gestión por objetivos.

Para las nuevas generaciones, la flexibilidad ya no es negociable: el 78% de los jóvenes colombianos prefiere horarios adaptables sobre salarios altos, según Randstad.

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“Las empresas que no escuchen este llamado quedarán vacías. En T-Mapp, por ejemplo, el 60% de nuestro talento es menor de 35 años, y priorizamos resultados sobre horarios”, concluye Arévalo.

La pregunta ya no es si América Latina debe reducir su jornada laboral, sino cómo hacerlo sin dejar a nadie atrás, plantea la firma.

La respuesta a ese cuestionamiento es que “con innovación, políticas inclusivas y una mirada audaz, la región podría convertir este debate en una oportunidad histórica: trabajar mejor, vivir mejor”.

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